Jovellanos es, sin duda, la figura intelectual y política, más eminente y el valor más logrado del siglo XVIII español. Puede que otros lo superen en destellos esporádicos de genio, pero valoradas en conjunto su vida, su obra y su actitud intelectual, dan una personalidad que destaca de modo evidente en el inquieto panorama de nuestro siglo ilustrado. M. A. Galino ha escrito que Jovellanos inaugura de hecho la historia pedagógica de nuestro pasado siglo. En cierto sentido, puede decirse también que la clausura. Me refiero a las palabras que Nocedal escribía en 1858, en el discurso preliminar de la edición de las Obras de Jovellanos: «Al cabo de tantos años, de tantas experiencias, de tan grandes escarmientos y de tantas exageraciones, a lo que proponía Jovellanos hemos venido a parar, y al arsenal de sus razones han acudido los defensores de la última reforma constitucional, entre los cuales se cuenta el autor de este discurso, para esgrimir buenas y bien templadas armas»
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