Horizontes para los educadores. Las profesiones educativas y la promoción de la plenitud humana
Resumen
Una reseña debe empezar dando una visión panorámica del libro, para pasar luego a hacer un análisis más detallado de sus partes y capítulos. Pues bien, este libro habla de la realidad educativa actual, la describe, la analiza con profundidad y ofrece argumentos interesantes y de varios tipos. Es decir, quien lee este libro del profesor Ibáñez-Martín, Catedrático Emérito de la Universidad Complutense, sabe lo que este profesor ha estado haciendo durante todos estos años: estudiando. ,
El libro Horizontes para los educadores. Las profesiones educativas y la promoción de la plenitud humana está estructurado en cuatro partes, más un prólogo y una introducción. Este trabajo, sin ser probablemente el último —ojalá siga escribiendo para los que aprendemos de sus textos—, sí que me atrevería a calificarlo como una obra monumental, de compendio de toda una vida académica, con 17 capítulos, 271 páginas, 413 notas y, por si fuera poco, 7 páginas de un índice de nombres, siempre muy útil, a dos columnas. En fin, un libro sin lugar a dudas muy importante y claramente con un largo futuro. ,
Me gustaría señalar todavía algunos aspectos formales de variado interés. En primer lugar, no sigue el conocido sistema rodillo de citación, lo que le permite decirnos —y lo hace en cada caso— la página, párrafo o línea precisa de su referencia, sea literal o no. Esta honradez intelectual ya casi nadie la tiene. Por otro lado, gracias a esa larga trayectoria de estudio serio, acumulativo, el profesor Ibáñez-Martín nos ofrece, en cada tema, un rastreo detectivesco con sus recorridos internacionales, subidas y bajadas de interés, hitos importantes, monográficos, congresos influyentes y, sobre todo, en todos los casos, los primeros autores que iniciaron los temas o las ideas de las que se esté tratando. Aquí la honradez se alía con la huida del estilo universitario picaflor siempre saltando de moda en moda o, mejor, de financiación en financiación. ,
Esta exploración trabajosa permite, en tercer lugar, destacar otro denominador común, muy relevante: todos los temas tratados, en sus respectivos capítulos, establecen un estado de la cuestión nacional e internacional, unas veces a través de un torrente de bibliografía cronológicamente presentada, y otras, las más, a través de una abundancia de párrafos en los que cada uno expresa los diferentes argumentos dominantes y más extendidos, acertados o no, luego se verá, sobre el tema central del capítulo. Es importante destacar que no es lo mismo un rastreo historiográfico sobre la cuestión a disputar, que la disputa en sí misma. Últimamente, con lo que más nos encontramos en la academia es que se confunde lo primero con lo segundo. Como si fuera lo mismo, por ejemplo, la historia de la universidad que el sentido ulterior de la misma o, por destacar el capítulo que más argumentos debate uno detrás de otro, como si fuera lo mismo la historia de la enseñanza de la religión católica que el objetivo educativo de su transmisión. Me parece de una gran altura académica que el profesor Ibáñez-Martín se esfuerce denodadamente en cada capítulo por diferenciar lo que las cosas son de lo que les ocurren, lo que permanece y lo que cambia. ,
Otra característica singularmente representada a lo largo de todos los capítulos y que el lector se va a encontrar al principio de cada uno, es que cada tema es un campo de batalla en el que, con la elegancia debida, lo primero que hace el autor es presentar, descriptivamente, todos los argumentos relevantes, los más extendidos y defendidos, para el caso que se esté tratando, vengan de donde vengan, bien de lo que los demás han escrito, bien de las opiniones efímeras pero muy influyentes de las redes sociales en un momento dado o, en fin, de la anécdota de un acontecimiento y las lecciones ejemplares que se pueden derivar del mismo. Pues bien, una vez hecho esto —lo que nos permite volver a valorar la honradez intelectual, esta vez, del lado del rigor—, el profesor Ibáñez-Martín coloca, como si fuera un tablero de ajedrez, los argumentos más aceptados, según han ido apareciendo y extendiéndose, da lo mismo que sean de peón o de rey, para empezar a sacar su propio arsenal argumentativo, tratando de que el combate lo ganemos todos, al dar más claridad a los problemas presentados, y acercándonos un poco más al mejor argumento, al más verdadero. Eso sí, para que realmente ganemos todos, hay que dar algún jaque mate, y los da. ,
En último lugar, me gustaría destacar de este libro el empeño constante del autor en acentuar la perspectiva pedagógica del problema que se esté tratando. Para algunos esto puede considerarse una tontería de entretenimiento epistemológico más, pero no lo es. Tiene más enjundia que la clásica disputa sobre la identidad científica de la pedagogía. Me refiero a que lo que nos propone el profesor Ibáñez-Martín es la singularidad del interrogante pedagógico: qué es lo que un educador en cuanto educador debe preguntarse sobre la realidad y qué es lo que un educador como educador tiene que contestarse. Para quienes nos consideramos pedagogos y lo llevamos con orgullo, a pesar de los tiempos que corren, es una gran alegría leer, entre muchos otros ejemplos, que «la pedagogía está llamada a encontrar respuestas racionales a cuestiones esenciales» (p. 63) o que «la pedagogía (…) es un saber práctico en el sentido aristotélico de la palabra, un saber prudencial sobre lo que es bueno o malo para el ser humano, como individuo y como miembro de la sociedad, un saber que hoy tiene una especial dificultad, pues la pluralidad de requerimientos que en la actualidad se abaten sobre la educación —diversas poblaciones multiculturales, personas de edades muy variadas, demandas sociales cada vez más exigentes— convierten al saber pedagógico en una empresa erizada de dificultades» (p. 64) o, finalmente, que cabe decir, «estas tesis son educativamente irreprochables» (p. 190). ,
Pasemos a otros asuntos relacionados con el contenido, que es lo más importante. En el Prólogo no confunde al posible lector. En efecto, desde el principio el profesor Ibáñez-Martín nos advierte que este libro «no va dirigido a quien considera el trabajo educativo simplemente como un medio para ganarse la vida (…) sino al que aspira a una nobleza en su profesión,
que le lleva a la plenitud vital y que le convierte en una persona atractiva para quienes están cerca, de forma que quienes le rodean puedan descubrir en él alguien que señala altas metas para la existencia y que, con su ejemplo, estimula el deseo de superación para alcanzarlas» (p. 12). ,
La Introducción, titulada «Educar para vivir con dignidad», es de imprescindible lectura para tener no solo, según es habitual, una panorámica ordenada de los temas a tratar, sino algunas ideas, esenciales, que constituyen el marco interpretativo básico sobre el que se va a sostener cada uno de los capítulos. Así, para el profesor Ibáñez-Martín, en contra de las proclamas biempensantes de los organismos internacionales, principalmente la Unesco, el problema fundamental de la educación occidental no es un problema de escolarización, sino «un problema cultural» (p. 11). En diversos momentos del texto también acentúa esta idea, por ejemplo, cuando señala que hay que «sacar el debate educativo del nivel de lo cuantitativo» (p. 144) o que «la educación nunca se consigue simplemente por medios mecánicos» (p. 150, cursiva en el original). «El problema cultural de nuestros días no está en que falten puestos escolares ni en que no se transmitan conocimientos ni se enseñen habilidades. La cuestión central es que hemos orillado en la educación el análisis de algo complejo pero imprescindible, que es la discusión sobre los contornos de una vida digna, examinada y lograda, limitándonos a animar al sometimiento a la mentalidad contemporánea» (p. 19, cursiva del original). El profesor Ibáñez-Martín considera que esto se produce «de dos formas». En primer lugar, «mediante la descalificación de la idea de verdad, especialmente de la verdad acerca del concepto de humanidad, que habría de ser sustituido por la idea de la autenticidad o por el relativismo» (p. 21). «La segunda forma consiste en la magnificación de la importancia que tiene para el ser humano su grupo social originario, en el que crece» (p. 22). ,
La primera parte del libro se titula «El marco básico del quehacer educativo». Se compone de cinco capítulos a través de los cuales el lector va a encontrar una reflexión profunda sobre los objetivos de esta actividad en los que es necesario, como nos recuerda el autor, saber articular las exigencias de la condición humana con los contextos actuales de la globalización. Pues bien, esto supone, siguiendo las tesis del profesor Ibáñez-Martín, reconocer nuevas responsabilidades acerca del compromiso ético que hoy se le exige a los profesores en su trabajo y en su relación con los estudiantes, lo que implica, a su vez, superar la figura de ser un «hábil enseñante» para pasar a constituirse en un auténtico «mentor», pues «la educación no es un mero amaestramiento sino que es la consecuencia adecuada al descubrimiento de que el ser humano no nace en la plenitud, sino que va avanzando hacia ella gracias a su capacidad para comprometerse en lo que descubre como verdadero» (p. 40, cursiva del original). Para alcanzar esa plenitud de los educandos, los educadores tienen que adoptar como principios rectores de su actividad, entre otros, promover una «pedagogía del deseo» (cap. 4) y «la excelencia en la educación» (cap. 3), lo que les va a exigir, en primer lugar, que «luchen por despertar en sus estudiantes el deseo de defenderse y asistirse por sí mismo, sin dejarse llevar por las apariencias sino buscando la verdadera sabiduría» (p. 98, cursiva del original) y, en segundo lugar, que se esfuercen por lograr el máximo rendimiento posible de cada uno de sus alumnos huyendo de la parálisis autocomplaciente que provoca el narcisismo y la sobreprotección. ,
Entre las numerosas e interesantes propuestas que hace en esta primera parte me gustaría destacar, con respecto a la articulación a la que nos estamos refiriendo,
la necesidad de reflexionar seriamente «sobre las características que deben orientar el ejercicio de la libertad promoviendo el libre desarrollo desde la también libre aceptación de la condición que le conviene como ser humano, y de las particularidades que esta condición tiene en cada persona» (p. 65). Otra propuesta interesante, a mi juicio, es cuando, tras analizar un conjunto de estrategias diversas para promover la excelencia, todas ellas de altísimo interés y muy bien argumentadas, termina concluyendo con la original propuesta de que «la excelencia plena solo se consigue cuando en la escuela todos sus miembros cuidan de los demás» (p. 86). ,
La segunda parte del libro se titula «Fanales para la tarea educativa», con otros cinco capítulos que abarcan múltiples temas: la educación intelectual, la educación moral, la educación religiosa, la enseñanza de la religión católica, la ética y deontología docente y las posibilidades y límites de los pactos educativos. El marco interpretativo común de todos ellos creo que es el ejercicio público de la libertad y su incidencia en el desarrollo personal frente a las múltiples presiones de la mentalidad dominante. En primer lugar, el lector se va encontrar el análisis del interesante caso de Emily Brooker y sus implicaciones para comprender el alcance profundo de la libertad intelectual. Por otra parte, el profesor Ibáñez-Martín nos va a prevenir contra otra forma de limitación de la libertad, esta vez, originada por la «política fáustica». El «político fáustico es el que no se conforma con cuidar de la comunidad promoviendo el bien común, sino el que pierde el respeto a la naturaleza de las cosas y busca crear un hombre nuevo que responda a su forma de entender el ser humano, para lo que se servirá de modos diversos, según el sistema político en el que se encuentre» (p. 135, cursiva del original). Frente a esta situación, el autor nos propone considerar que «los educadores estamos llamados a convocar a la ciudadanía contra los políticos fáusticos para que todos podamos gozar de la libertad de defender en la plaza pública nuestras propias ideas, del mismo modo que estamos obligados a huir del adoctrinamiento en las aulas, evitando suprimir evidencias o enseñando algo que no está basado en razones relevantes, pues de lo que se trata es de empoderar a la juventud y no de quitarle vigor» (p. 137). ,
Otro ámbito de análisis de la libertad lo va a plantear el profesor Ibáñez-Martín acentuando la idea de que «toda acción educativa es intrínsecamente un pacto» (p. 146) y de que, por tanto, «la democracia pluralista exige también una pluralidad de escuelas, que sean expresión natural de los deseos de los diversos grupos de pertenencia» (p. 145), sin perjuicio, desde una perspectiva pedagógica, de que se sostenga la necesidad, subraya el autor, de que dichos centros se organicen con finalidades educativas con independencia de los estilos particulares de cada centro. ,
Si en la primera parte del libro se refería al «giro ético en la actividad educativa », ahora va a pasar a analizar detenidamente el papel de la ética y deontología docente planteando directamente el problema de fondo: «es difícil hablar de la importancia del sentido crítico en la educación sin estar en condiciones de fundamentar un código ético, aparte de que la formación del docente no puede limitarse a memorizar lo que es bueno y lo que es malo, sino que debe conocer el significado de la educación para el crecimiento humano y los modos mejores de transformar ese significado en las mejores metodologías pedagógicas» (p. 164). Por otra parte, está muy lograda la imagen en la que describe el trabajo docente «como un cordel de cuatro hilos, en el que el hilo rojo —la dimensión moral— tiene considerable importancia, pero no deja de tenerla el hilo verde —la eficacia de sus iniciativas pedagógicas—, el hilo azul —la oportunidad de sus intervenciones— y el hilo amarillo, la profundidad y la brillantez de sus elecciones» (p. 165). ,
Esta segunda parte finaliza con un capítulo titulado «Las formas de enseñanza escolar de la religión en una sociedad libre», dedicado a analizar los elementos básicos sobre los que puede haber acuerdo para el desarrollo teórico y práctico de un pacto sobre la educación. Tal vez sea en este capítulo donde el lector puede encontrar de forma más extensa y numerosa uno de los estilos característicos del pensamiento del profesor Ibáñez-Martín, al que hacíamos referencia al inicio de esta reseña, en el que va argumentando y contraargumentando diferentes posturas y planteamientos buscando el mejor juicio. La defensa de ampliar los márgenes de la libertad frente a la opresión de las mentalidades dominantes que caracteriza toda esta parte del libro le lleva a plantear, en este caso, que «(t)ampoco veo muy acertado defender que la superación del conflicto actual con la enseñanza de una concreta religión en la escuela solo cabe alcanzarlo con su completa eliminación de la escuela. Me parece que son precisas actitudes de mayor tolerancia, de mayor imaginación y de más respeto a la Constitución y a las identidades y libertades de los ciudadanos» (p. 186). ,
La tercera parte del libro lleva por título «Las metas de una universidad educadora» y consta de cuatro capítulos. En el primero, muy interesante, abarca «el estudio de las características más profundas por las que toda Universidad debe definirse, aquellas que nunca pueden faltar, por distintas que sean las finalidades que cada Universidad aspire a alcanzar» (p. 195). El profesor Ibáñez-Martín está en contra de concebir la institución universitaria como una «escuela terciaria» o una «escuela de estudios profesionales». Las «aspiraciones» principales o «características esenciales» que identifica en el quehacer universitario son «la búsqueda de un ambiente de libertad y el deseo de verdad universal» (p. 197).. ,
El siguiente capítulo es verdaderamente sorprendente por el alcance concreto de las propuestas prácticas que analiza al destacar los diferentes niveles de la competencia profesional del profesorado universitario con respecto a «La preparación para la docencia», «Los conocimientos del profesor», «Cómo se presenta el discurso del profesor», «Qué preocupación existe por implicar al alumno en la captación del discurso», «Qué consideración se presta a las características de la enseñanza realizada en grupo», «Qué iniciativas especiales se pueden poner en práctica para que el discurso captado adquiera raíces en los alumnos», «La comprobación de lo captado por el alumno», «La adecuación a las finalidades de la evaluación», «Las formas de conducir el proceso de evaluación», «Los medios para dar una proyección educativa a la evaluación». El lector puede encontrar algunas más del mismo tipo con respecto a la evaluación de la «Competencia investigadora del profesor de universidad». Que cada cual saque sus conclusiones acerca de por qué determinada forma de entender la investigación teórica de la educación permite a alguien, en este caso, además de formación filosófica de origen,pasar de largo a cierta pedagogía con afán tecnológico. ,
El tercer capítulo de esta parte está dedicado a «La específica contribución de la universidad a la paz». En este momento me interesa destacar, sobre todo, su propuesta acerca de cuáles pueden ser las contribuciones concretas de los profesores, no de las instituciones, que sitúa en tres preocupaciones principales: «la promoción, a través de la conversación y de la convivencia, de la confianza social, el fomento, en segundo lugar, de la solidaridad y la amistad entre personas distintas, así como el mantenimiento de un diálogo universitario deseoso de buscar y ofrecer la verdad que alimenta al alma, diálogo que es un auténtico don, completamente alejado de cualquier pretensión de dominio» (p. 231). ,
El último capítulo de esta parte lleva por título «La universidad: palabra y pensamiento crítico en la ciudad», donde analiza detalladamente diversos elementos necesarios para cultivar el pensamiento crítico del alumnado universitario, advirtiéndonos «que la imaginación a veces deslumbra por su forma atractiva, cuando lo que hemos de atender son las luces de la inteligencia, que tratan de penetrar en el hondón del ser de nuestros conocimientos» (p. 247). ,
El libro de una vida, de una vida académica, no podía terminar, desde esa honradez intelectual a la que hemos hecho referencia en varias ocasiones, sin lo que constituye la última parte que lleva por título, precisamente, «Los compañeros de un educador», con tres capítulos, en los que agradece la amistad, la ayuda y el ejemplo, de muy diversos tipos, recibidos del compañero maestro, el profesor Millán-Puelles, del compañero amigo, el profesor Eisner, y del compañero discípulo, el profesor Esteve. ,
Antes de acabar, me gustaría señalar algunas ideas que, si bien el profesor Ibáñez-Martín las menciona en el análisis de algún tema concreto en su capítulo correspondiente, me parece que trascienden un problema concreto para situarse en una perspectiva mucho más amplia, tanto que a mí como lector me provoca cierta resonancia, cierta amplitud o generalización porque, en realidad, es un modo de mirar la educación. Me parece importante así la observación de que «(n)o estoy obsesionado por la idea del cambio, pero considero que es preciso cambiar todo lo que sea necesario para responder a los retos del presente» (p. 152). En la misma línea, pero con mucho más calado, es necesario destacar el profundo matiz de que «si la educación ha de desarrollar la humanidad del educando, el docente habrá de tener una posición razonable y razonada sobre el significado de la dignidad humana y sobre el sentido de la existencia humana, así como un conocimiento de las actuaciones pedagógicas que, teniendo esas ideas como orientaciones básicas en su trabajo —y como criterio para su evaluación—, hayan mostrado la mejor operatividad. Esas ideas, por tanto, serán las que guíen todas las decisiones educativas, que van desde la forma de estructurar el sistema educativo y determinar el currículum, al modo de evaluar o a la decisión de aceptar o rechazar la educación en casa» (p. 164). ,
El libro del profesor Ibáñez-Martín constituye un texto reflexivo, documentado y argumentado de los principales temas que pueden interesar hoy a los educadores. Es un texto valiente, inconformista con la mayoría de las posiciones de la mentalidad dominante actual sobre la educación en la formación humana. El lector va a reconocer el origen de algunos textos y, por eso, también, en algunos casos, su interesante puesta al día. Pero, sobre todo, al ser leídos en su conjunto, y en el orden propuesto, se da uno cuenta de la diferencia entre un libro elaborado a lo largo de una vida académica de los escritos empujados por la urgencia del momento, la moda o el currículum. Y es que es un texto robusto, sólido, contundente, de estudio, no solo de lectura, claramente preparado, en fin, para ser un clásico en la formación de los educadores. Para los posmodernos de la teoría-literatura, que buscan algo más que las ideas, les diré que está muy bien escrito, con una cultura apabullante, con numerosas anécdotas, comentarios de noticias, relatos, referencias literarias y cinematográficas, y todo atravesado por un elegante sentido del humor. De hecho, esperamos que en próximas ediciones el autor nos desvele si vendió o no el libro de Campbell a Amazon y por cuánto. ,
Fernando Gil Cantero
Citación recomendada | Recommended citation
Cantero, F.
(2023)
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Horizontes para los educadores. Las profesiones educativas y la promoción de la plenitud humana.
Revista Española de Pedagogía.
https://www.revistadepedagogia.org/rep/vol0/iss0/110
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Ibáñez-Martín, J. A. (2017).
Horizontes para los educadores.
Las profesiones educativas y la promoción de la plenitud humana.
Madrid: Dykinson. 282 pp